Donald Trump, hospitalizado por coronavirus, es trasladado al hospital
El Centro de Control de Enfermedades (CDC) ha contabilizado que ocho de cada diez difuntos por esta enfermedad en EE.UU. han sido personas de 65 años o más mayores. Sus médicos siempre recalcaron que Trump goza de buena salud, aunque nunca se aclaró su visita al Walter Reed en noviembre del 2019. Se aseguró que el vicepresidente Mike Pence quedó “a la espera”.
Un cierto alivio se constató al informarse que Pence salió negativo en su test. La incertidumbre en caso de que Trump empeore llevó incluso a que públicamente se hablara de la enmienda 25 de la Constitución, que es la que permite al presidente transferir el poder al vicepresidente si sintiera incapacitado. Todo esto en medio de la carrera electoral. De momento, nada de traspaso.
Esa enmienda se ratificó en 1967 y se invocó por última vez en el 2002 y el 2007. George W. Bush se sometió a colonoscopias y brevemente pasó el mando a su segundo, Dick Cheney.
Trump prometió una noticia bomba para octubre que marcaría la recta final de la marcha electoral. Ha cumplido. Pero jamás se imaginó que él mismo sería el detonante y el damnificado por la onda expansiva. Su campaña está en cuarentena, sin fecha de regreso, metida de pleno en el asunto que él trataba de escapar a toda costa: el coronavirus y su gestión de esta crisis.
Trump y su esposa, Melania, la primera dama, dieron positivo en el test de la Covid-19.
Su irresponsabilidad ante el virus quedó subrayada cuando Mark Meadows, jefe de gabinete, confirmó que Trump viajó el jueves a su club de golf de Bedminster (Nueva Jersey) y se reunió con unos 100 seguidores. A esa hora ya sabía que una de sus más cercanas asesoras, Hope Hicks, había dado positivo. Compartió con ella viajes esta semana, como el del martes a Cleveland (Ohio) para el debate con Joe Biden. Hicks se autoconfinó el miércoles en el Air Force One al regresar de Minneapolis.
Como si nada, Trump mantuvo su encuentro en Bedminster. Algunos colaboradores lo vieron cansado y afónico.
“Os quiero decir que el final de la pandemia está a la vista”, dijo en un discurso grabado para un acto en Nueva York esa noche. Hoy es uno de los 7,3 millones de estadounidenses contagiados.
La campaña, ante la cuarentena, se queda en el limbo, si no en el caos. Flota en el aire qué influencia tendrá en las urnas o si volverá a la carrera. Si de nuevo convocará mítines masivos. Incluso se encuentran entre interrogantes los dos próximos debates, en especial el más cercano, el del 15 de octubre. El tercero y último está fijado para el 22.
Todas sus citas electorales se cancelaron o se convirtieron en virtuales. Después de tantos meses de burlarse de que su rival se guarecía en el sótano, ahora él no tiene otro remedio, mientras su contrincante sale a por votos.