Te decimos por qué nos gusta sentir miedo a los seres humanos
Resulta paradójico que en algunas circunstancias nos guste pasar miedo. Una película de terror que nos pone los pelos de punta se torna divertida cuando la escena termina bien o cuando nos damos cuenta de que estamos viendo una mera fantasía. Entonces el miedo se alivia y da paso a la alegría, es decir, a disfrutar de algo que en principio nos ha atemorizado.
La paradoja está en que, por definición, el miedo es un proceso emocional que nos avisa de una amenaza, de algo que pone en riesgo nuestra integridad física o psíquica. Por lo tanto, la experiencia debería ser de todo menos regocijante.
¿Cómo se produce el miedo?
Para entender este fenómeno, debemos empezar concibiendo las emociones como un sistema de alarma que nos avisa que algo importante está ocurriendo. Algo relevante por ser bueno para nosotros o por amenazarnos de alguna forma.
Hay, por lo tanto, dos tipos de emociones. En primer lugar, tenemos las de tono hedónico positivo, que son las que nos resultan agradables, las que queremos que se repitan y nos llevan a aproximarnos a eso que nos las producen. Nos gusta estar con las personas que nos quieren y hacemos todo tipo de acercamientos para permanecer junto a ellas el mayor tiempo posible.
En segundo lugar, están las emociones de tono hedónico negativo, que son las desagradables. No queremos que se repitan y nos llevan a alejarnos lo más posible de ellas. No nos gusta estar al lado de una persona violenta que nos mira mal y nos revuelve el cuerpo.
Como buen sistema de alarma, las emociones deben estar activas el menor tiempo posible: si duran más de lo estrictamente necesario se convierten en un problema en sí mismas. Tienen que avisarnos de la situación y apagarse lo más rápidamente posible.
Contrapeso de emociones
Para lograr esto, las emociones positivas y negativas se regulan entre sí. Es decir, después de la alegría de encontrarme con un amigo que hacía mucho tiempo que no veíamos, al separarnos nos queda la tristeza de no saber cuánto tardaremos en encontrarnos de nuevo.
La emoción positiva es sustituida por la negativa, que desactiva la anterior y nos permite regresar a una situación emocionalmente neutra con rapidez.
Del mismo modo, el miedo que nos puede producir la presencia de un perro grande, con ojos inyectados de sangre y que parece mirarnos con pérfidas intenciones se disipa cuando aparece el dueño y le pone la correa.